martes, 10 de noviembre de 2009

20 años de la caída del Muro de Berlín

Caminé aquel muro. O lo que queda de él. Podría decir que caminé aquel muro.

Tuve la suerte de recorrer lo que fue, lo que dejó. De imaginar cómo fue, cómo fue dejando lo que dejó. Me gustaba pensar qué significaba ese muro.
No sólo intentar imaginar los días grises en la Berlín de la posmodernidad europea; punto de mayor tensión, lugar donde aquellos dos mundos occidentales se encontraban y disputaban La Verdad.

Berlín, ciudad capital gay de Europa, donde saunas de concurrencia homosexual se ubican a sólo dos bloques de lo que haya sido el bunker donde Hitler y sus secuaces decidieron suicidarse ante la inminencia de la derrota a manos del ejército Rojo. Ejército Rojo que, junto a las fuerzas aliadas toma Berlín, ciudad siempre cosmopolita y progresista, razón suficiente para que Hitler la haya odiado; y deciden su división en cuatro sectores, correspondientes cada uno de ellos a las principales potencias aliadas, ahora de ocupación. División que de hecho termina por definir dos enormes Berlín, enormes conceptualmente, en cuanto a densidad de significado. Fueron dos Alemania, pero en Berlín la separación era más visible, más perceptible: era una presencia en lo cotidiano, era un muro.

Era un muro –o dos muros con tierra de nadie en el medio y puestos de vigilancia y alambre electrificado y ametralladoras y Stasi y demás-, que separaba mucho más que una ciudad. Separaba los dos enormes sistemas de pensamiento que en occidente fueron gestándose durante los últimos tres siglos anteriores a 1989.

Era el capitalismo que venía surgiendo sobre todo en Inglaterra; desde las revoluciones industriales, con los saqueos de África y América. La industrialización, las migraciones a las ciudades, la emergente clase obrera, las condiciones de salubridad y seguridad, la especulación. Hasta que Karl Marx llega y basándose sobre todo en la filosofía de Hegel, dice que el espacio de la filosofía debe ser el de intentar modificar el mundo, más que interpretarlo como venía siendo. Interpretarlo para modificarlo. Y Marx, y Engels, y la Revolución Rusa con todos sus problemas: Rusia no era un país industrializado, con una clase burguesa industrial que pudiera engendrar a este nuevo actor social en que Marx depositaba su fe en la Revolución, la dictadura del proletariado. Marx creía en la necesidad de una burguesía desde donde surgiría la fuerza obrera que en una próxima instancia hiciera la Revolución. Pero esto en Rusia no pasaba, y 1917 fue realizado por Vanguardias revolucionarias, no por un pueblo entero consciente movilizado. Ha sido este uno de los problemas desde su génesis de la Revolución Rusa que derivaría en La Unión de Republicas Socialistas Soviéticas que ocupa un cuarto de Berlín tras derrotar al ejército nazi.

De este modo, es posible encontrar ya en la génesis de la Unión Soviética, su carácter cuasi dictatorial, donde realmente las libertades individuales eran sosegadas, fuertemente vigiladas.
Bajo este esquema que no es posible entender dentro de un marco de estado proteccionista, ya que fue mucho mas allá de eso; -Stalin con sus purgas asesinó más personas que los nazis-, es que se entiende a la Unión Soviética como una dictadura frente a la “democracia” occidental. Occidente inyecta dinero, modernización, posibilidad de viajes desde la fría Berlín al cálido Caribe, automóviles de lujo, Coca-Cola, “desarrollo”, “libertad”.

Sucede que el Ser Humano ansía la comodidad, necesita del progreso, es proclive a la fascinación por lo material. Así somos. De esta manera, la Berlín oriental comienza a sufrir grandes migraciones de personas que deciden que su vida pasa por otro lugar y que quieren ser libres. La USSR no tiene otra forma de evitar tanta emigración que cerrando y controlando fuertemente las fronteras con occidente. Todo en un punto. El gran enfrentamiento de la historia del pensamiento de occidente conviviendo en algunos metros, mismos metros desde donde Hitler había decidido el destino de millones de seres humanos, provocando la mayor catástrofe en la historia de la humanidad.

Y algunas de estas cosas pensaba cuando lo caminaba. Fascinado por ir descubriendo cómo las diferencias en Berlín aun hoy persisten. Cómo muchas personas añoran los tiempos del Partido. Cómo los edificios dejan marcas en una ciudad. Aquellos monoblocks… aquella antena de televisión… aquellas estaciones de subterráneo… aquel reloj astronómico… qué fascinante! Cuántos aspectos fascinantes tiene la Unión Soviética…

Y pensaba sobre todo, en el “qué hubiera pasado”. Esa especulación histórica que aunque peligrosa, en ciertas ocasiones merece tomar el riesgo de pensar al respecto. ¿Qué hubiera sucedido si la Unión Soviética hubiera vencido? Sería muy distinto el mundo de hoy… ¿lo sería?
Lo cierto es que la caída del muro de Berlín es quizás el suceso histórico que más habrá marcado la vida de todas las personas que estemos leyendo esto. El fin de aquella bipolaridad instaura en el planeta tierra la hegemonía de un modelo. Un modelo que venía desarrollándose con mucha fuerza, sustentado en la inequidad y la condena de grandes sectores de la población a condiciones pésimas de vida: para que el capitalismo así como lo conocemos funcione, algunos tienen que pasar hambre, trabajar en pésimas condiciones, morir. Inglaterra como centro de Poder donde este sistema comienza a tomar forma, reemplazada en el mando en el Siglo XX por los Estados Unidos, aun hasta el día de hoy potencia hegemónica de este mundo.

El modelo que se impone tras la caída del muro de Berlín es el de la marginación, es aquel que tanto sufrimos en la Argentina en los 90, que venía desde el 76, y que seguimos pagando… El neoliberalismo arrasó y destruyó las economías de los países emergentes como el nuestro, concentrando cada vez más la producción, aquella acumulación marxista en los grandes centros de Poder. El mercado manda, el mercado toma todas las decisiones. En todo. En política. En cine. En urbanismo. En fútbol.
El arma de penetración neoliberal con sentido hegemónico es la última globalización cuyo mayor y más preocupante arrase, mas allá del económico con sus terribles consecuencias sociales, es el de la cultura. Necesitamos oponernos como personas, como nación, como pueblo, a esta idea imperial de dominación. Roma conquistaba territorios para expandir su dominación, su imperio. En el mundo de hoy este tipo de dominación resulta de mayor dificultad y menor eficiencia; en un mundo con cientos de países, luchas de pueblos por su autonomía, una conquista territorial es más difícil de pensar. El modelo vencedor de aquella bipolaridad es perfecto: no necesita de la dominación territorial porque sus formas de propagación y conquista son inteligentes como perversas: la penetración cultural. Esto escapa un poco al espíritu de este texto que tanto estoy disfrutando hacer, pero en vez de tomar un café en Starbucks, quizás, mejor, ¿no es ir a cualquier esquina porteña, tan hacedora de nuestra idiosincrasia, tan nuestra… y con café mucho más rico… y barato?

En fin, pensaba algunas de estas cosas aquel enero de 2006 bajo la nieve de Berlín. Siempre me sentí fascinado por la historia tan reciente, que tanto nos marcó y continúa marcando.
Reivindicando sobre todo la libertad de las personas, pero pensando que también las cosas no son tanto como nos las dicen; que cuando Obama celebrando este aniversario de la caída del muro habla en términos de aquel régimen dictatorial y tirano, propone continuar situando su “tierra de la libertad” como antítesis de estos términos de dictadura y tiranía. El modelo neoliberal que Estados Unidos manda, es dictatorial y es tirano, absolutamente. No pretendo continuar mucho con esto en este texto pero digo… ¿hasta qué punto somos libres hoy? Estamos alienados, presos de un sistema, donde la información o desinformación es la dictadura que nos quita este derecho que tanto necesitamos para realizarnos plenamente: nada menos que la libertad. Los métodos cambian, las ideas son las mismas.

El muro de Berlín me sedujo siempre por su mística y por cierta imaginación melancólica hacia una vida de valores diferentes; donde, con todos los enormes problemas y restricciones a la libertad que existieron, había, se trabajaba en pos de, se pensaba en un Proyecto Común.
Necesitamos mucho de ese espíritu.

Recomiendo las siguientes fuentes para entender y disfrutar un poco más de esta fascinante época de la historia:
- 1984. Libro. George Orwell
- La era de las revoluciones. La era del capital. La era del imperio. Libros. Hobsbawm
- Das leben der anderen (la vida de los otros). Película.
- Goodbye Lenin!. Película.

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