martes, 14 de abril de 2009

Tristeza nao tem fin, felicidade sim

Con el estribillo de la canción Felicidade del gran Vinicius de Moraes comienza esta reflexión que me debo desde hace un largo tiempo.
No pretendo hablar de la tristeza en su acepción si se quiere superficial como estado de ánimo. Más bien quiero referirme a ella como sensación inherente a la existencia humana, proveniente del vacío existencial eterno y constante en el que vivimos los seres humanos.
Leía el año pasado unos textos de filosofía, más precisamente de estética, referidos al arte como necesidad del Ser Humano.
Las preguntas ontológicas son aquellas que refieren a la existencia: Que somos? Por que somos? Para que somos? Como somos?
Me gusta la metáfora que asocia estas acciones interrogativas con una acción de mirada hacia el vacio, a lo desconocido, al mundo de las tinieblas, parados al borde del abismo: desde su mundo conciente, el hombre se cuestiona estos asuntos que evidentemente, no tienen respuesta. Los mitos, convertidos luego en religiones, intentaron apaciguar la necesidad de saber del hombre dando respuestas a esas preguntas: somos esto, venimos de esto, si hacemos esto nos va a ir bien, sino seremos castigados… El arte se encargo de representar dichos mitos y relatos, de hacer visible respuestas que no son mas que construcciones del hombre para satisfacer esa necesidad apremiante: saberse, conocerse.

Y luego que? La filosofía se interroga acerca de estas preguntas, las artes simbolizan y velan en pos de estas búsquedas ontológicas. La ciencia trabaja constantemente en estos limites con el abismo: el hombre no tiene respuesta.
La vida del hombre, la existencia, el Ser es vacio en lo profundo; es impotente: es incapaz de responder cuestiones trascendentales. Podemos saber que nos gusta, que nos hace bien, en quien confiar, como hacer las cosas, pero no podemos saber algo tan esencial como es que somos.
Si pensamos en la cualidad innata del hombre como Ser de Voluntad, esto es, una noción del Ser Humano como animal conciente en cuya composición existe una fuerza inconciente que lo empuja a superarse o superar todo tipo de situaciones y planteos a los cuales se enfrenta; podemos decir que esta contrariedad existencial de no-poder frente a estas ontologías, genera y mantiene al humano en un continuo y profundo estado de tristeza.

Melancolía

Resulta la melancolía o el placer melancólico entonces, el más profundo ergo mayor intenso placer que el Ser Humano por naturaleza es capaz de experimentar.
Un recuerdo está asociado a una melancolía, o en otras palabras, un recuerdo es melancolía. No es el mero hecho de añorar algo que paso o sucedió y se vuelve sobre ello con la necesidad de recrearlo en un momento próximo.
Una mirada al pasado en una búsqueda de placer nos conecta con situaciones que pueden o no haber sido placenteras en el momento en que sucedieron, pero que hoy nos genera placer recordarlas: se puede recordar el placer experimentado al caminar frente al rio por horas, o se puede recordar las dos horas que tardo el colectivo en llegar, y mas allá de que en aquel momento haya resultado una tortura, hoy al traer ese hecho al presente, estamos encontrando en ello un placer: existe una necesidad de traer estas cosas nuevamente a nuestra conciencia presente, claro está, transformándolas: el recuerdo así se convierte un hecho en sí mismo que se separa de lo acontecido anteriormente y en muchos casos hasta se opone, como el caso del colectivo.
Esta autonomía del recuerdo nos habla de una búsqueda recurrente en el Ser Humano y puesto que el recuerdo es melancolía, entendemos aquí la constante necesidad de contacto que necesitamos con nuestra esencia.
En otras palabras, si nuestra esencia es triste, para conectarnos con ella necesitamos el goce de la tristeza, o la melancolía.

El placer de la felicidad, como dice Vinicius, es limitado. Sencillamente, porque como humanos, no estamos habituados a una esencia “feliz”.
Pero resulta muy vaga esta definición de “esencia feliz” bajo los parámetros que venimos manejando. Ahora es necesario definir el concepto de felicidad.
En absoluto creo que la felicidad sea la ausencia de tristeza. No son antónimos bajo ningún punto de vista, sino que son complementarios. No existe la felicidad sin tristeza, en realidad, no existe sensación alguna sin tristeza, ya que como vengo diciendo, de eso estamos hechos.
Ahora bien, que es la felicidad entonces? Si fuera posible responder las preguntas ontológicas que mantienen al Ser Humano en un estado de vacío y tristeza constante en el que vive, seriamos felices? Sería nuestra esencia feliz?
No creo que tenga mucho sentido siquiera plantearse esta pregunta, dada la imposibilidad evidente de pensar en posibles respuestas. Así pues, carece de sentido un planteo de este tipo.
Entonces me pregunto: acaso no conocemos la felicidad? Acaso no somos o no podemos ser felices?
Y aquí adquiere sentido mi teoría sobre la felicidad como complementaria de la tristeza: somos seres tristes, pero podemos ser muy felices al mismo tiempo.

La felicidad es plenitud, libertad, posibilidad de realización personal. Creo que mientras mayor es la conexión de una persona con su esencia, mas plena, libre, realizada puede sentirse. Nuevamente: para generar estas conexiones es que recurrimos inconcientemente al recuerdo, a la añoranza, el deseo: formas de melancolía.

Los grandes creadores de la historia crean y han creado desde allí, en un trabajo donde los límites del alma con el mundo racional se desdibujan y una obra sea una canción, una pintura, un edificio o una película, llega a lo mas profundo del Ser, sencillamente porque viene desde lo más profundo del Ser. De ninguna manera creo que una creación que provenga desde otra parte de una persona (cuantas películas, canciones, arte comercial existe, y mas hoy en día) pueda generar en una persona lo que generan las grandes creaciones. La gran diferencia: su autenticidad, su creación melancólica, desde lo mas y con lo mas profundo de su Ser.

John Lennon, Pink Floyd, Radiohead, Jim Morrison, Janis Joplin, Jorge Drexler, Joaquin Sabina, Orhan Pamuk, Milan Kundera, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Gabriel Garcia Marquez, Doris Lessing, Vincent Van Gogh, Claude Monet, Mies van der Rohe, Stanley Kubrick, Alfred Hitchkok, Salvador Dali… y muchos que ahora no recuerdo, han escrito y siguen escribiendo , haciendose cargo y siendo muy concientes de lo grandioso del placer melancolico como sensación humana por autonomasia, en términos específicos y caracterizadores de la especie.

Buenos Aires, abril de 2009

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