
La canción Matador, de Los fabulosos cadillacs dice en sus últimas estrofas;
me dicen el matador de los cien barrios porteños,
no tengo por qué tener miedo mis palabras son balas,
balas de paz, balas de justicia,
soy la voz de los que hicieron callar sin razón,
por el solo hecho de pensar distinto,
ay dios…
Siempre sentí cierta atracción hacia estas palabras y especialmente hacia esta frase, que habla de la voz, que habla de hablar, que habla de decir. De poder decir.
Quizás por algo que bien de adentro viene, me haya sentido aunque de manera intuitiva identificado por esas letras.
Siempre detesté la represión, sea del tipo que fuere.
Jamás acepté ni voy a aceptar un “callate”.
Entiendo que la violencia verbal y la violencia de silenciar, que son parte de lo mismo, es de las más agresivas que pueden ejercerse sobre un hombre.
En la medida en que fui conociendo la historia, nuestra historia; aquella humanidad virgen, pura, intuitiva, romántica, comenzó a convertirse con el transcurso del tiempo, de la experiencia, del aprendizaje, en ideología.
Hay algo de revanchismo en todo esto? No lo sé. Habría que pensar un buen rato sobre que es revancha. Pero si revancha es una forma de justicia, quizás si haya revanchismo en este sentimiento.
En este sentido: la voz de los que hicieron callar sin razón: aquí estoy, diciendo lo que otros no pudieron decir, en su nombre, en el mío. No lograron nada. No callaron a nadie.
Algo de todo esto hay, es posible.
Pero siento que sucedió hace unas semanas cuando encontré quizás aquella clave que, al menos por la edad y experiencia en esta vida que tengo, explica de alguna manera mi identificación de compromiso con este tipo de luchas y reivindicaciones.
Mi abuela hablándome de mi abuelo quien falleció en 2003 y en quien cada día mas identificado me siento, me dijo eso que me faltaba saber, ese dato que necesitaba para terminar de entender todo esto: mi abuela me contó acerca del día en que mi abuelo decidió prender fuego su biblioteca de pensamiento de izquierdas.
Los libros que se había devorado. Los libros que en su juventud saciaron su sed de comprender al hombre y al mundo, los libros que alimentaron su hambre y su pasión revolucionaria en los tiempos en donde se pensaba que el mundo marchaba hacia el socialismo.
Esos libros serian mágicamente míos hoy.
Yo podría estar leyendo las mismas páginas que mi abuelo habrá subrayado, las mismas páginas que lo habrán emocionado al punto de decirle a su padre que se quería ir a Cuba a pelear con el Che.
Yo podría tener en mis manos el único objeto material que el amo en su vida: sus libros.
Pero esos libros ya no existen. Fueron quemados. Por el mismo.
Quemar un libro… alguna otra acción del hombre –que no sea asesinar- puede tener tanto simbolismo?
Quemar los libros que formaron su pensamiento… callar las voces que lo formaron… destruir aquello que lo educó, aquello con lo que construyó su posición, su lugar en el mundo.
Querido Zeide (así le decíamos), queridos desaparecidos, queridos asesinados, queridos silenciados en cualquier centímetro cuadrado de este mundo: aquí estoy y este es el motor de mi vida. Con todo lo bueno y todo lo malo que tengo y que de esta circunstancia que me determina deriva; mientras esté vivo, voy a ser siempre la voz de los que hicieron callar sin razón. Al menos así lo siento.
En la medida en que fui conociendo la historia, nuestra historia; aquella humanidad virgen, pura, intuitiva, romántica, comenzó a convertirse con el transcurso del tiempo, de la experiencia, del aprendizaje, en ideología.
Hay algo de revanchismo en todo esto? No lo sé. Habría que pensar un buen rato sobre que es revancha. Pero si revancha es una forma de justicia, quizás si haya revanchismo en este sentimiento.
En este sentido: la voz de los que hicieron callar sin razón: aquí estoy, diciendo lo que otros no pudieron decir, en su nombre, en el mío. No lograron nada. No callaron a nadie.
Algo de todo esto hay, es posible.
Pero siento que sucedió hace unas semanas cuando encontré quizás aquella clave que, al menos por la edad y experiencia en esta vida que tengo, explica de alguna manera mi identificación de compromiso con este tipo de luchas y reivindicaciones.
Mi abuela hablándome de mi abuelo quien falleció en 2003 y en quien cada día mas identificado me siento, me dijo eso que me faltaba saber, ese dato que necesitaba para terminar de entender todo esto: mi abuela me contó acerca del día en que mi abuelo decidió prender fuego su biblioteca de pensamiento de izquierdas.
Los libros que se había devorado. Los libros que en su juventud saciaron su sed de comprender al hombre y al mundo, los libros que alimentaron su hambre y su pasión revolucionaria en los tiempos en donde se pensaba que el mundo marchaba hacia el socialismo.
Esos libros serian mágicamente míos hoy.
Yo podría estar leyendo las mismas páginas que mi abuelo habrá subrayado, las mismas páginas que lo habrán emocionado al punto de decirle a su padre que se quería ir a Cuba a pelear con el Che.
Yo podría tener en mis manos el único objeto material que el amo en su vida: sus libros.
Pero esos libros ya no existen. Fueron quemados. Por el mismo.
Quemar un libro… alguna otra acción del hombre –que no sea asesinar- puede tener tanto simbolismo?
Quemar los libros que formaron su pensamiento… callar las voces que lo formaron… destruir aquello que lo educó, aquello con lo que construyó su posición, su lugar en el mundo.
Querido Zeide (así le decíamos), queridos desaparecidos, queridos asesinados, queridos silenciados en cualquier centímetro cuadrado de este mundo: aquí estoy y este es el motor de mi vida. Con todo lo bueno y todo lo malo que tengo y que de esta circunstancia que me determina deriva; mientras esté vivo, voy a ser siempre la voz de los que hicieron callar sin razón. Al menos así lo siento.
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