Y a pesar de la protesta de tantos vecinos, asociaciones, personas de esas que se suman a cualquier reclamo y lo hacen propio sin saber siquiera bien porque están protestando, cerraron para siempre aquella antigua sastrería. Lo magnifico era ese para siempre, pensaban algunos vecinos. Los “mas leídos”, aventuraban que para siempre solo podía utilizarse como expresión de cosas ya sucedidas, naturalmente. La viejita que atendía el kiosco murió, para siempre, claro. La sastrería cerró. Para siempre, también, claro. Pero para siempre porque era una sastrería: en los tiempos que vivían, los vecinos “más leídos” observaban la paulatina pérdida de los oficios. La nueva sociedad no necesitaba pensaban ellos, aunque de forma nostálgica, al sastre, al herrero, al carpintero, el zapatero, hasta al sodero. Entonces era para siempre.
Pero lo que mas los fascinaba aun era pensar en el para siempre en Argentina. Difícilmente, notaban, sea el barrio que fuere, en la ciudad que fuere, en el país que fuere, en la cultura que fuere, y mas aun en estos tiempos en que vivían, podía pensarse en un para siempre a futuro. Pero más difícil lo sentían ellos en la Argentina. Claro, la sastrería se fue –conjugación del verbo en tiempo pasado regular, es decir, hecho consumado- para siempre. Y pongamos que en lugar de la sastrería ahora se instale un café. Quien dice que el café se quedara para siempre? Quizás en Estados Unidos si, aquel café podría quedarse para siempre. O quizás no, claro. Pero en Argentina era más incierto. Eso pensaban los vecinos “mas leídos”. Quizás porque no vivían en Nueva York, podían plantear semejante hipótesis de comparación. Es decir, como podrían saber ellos si un café en Nueva York podría establecerse y funcionar para siempre? Claro que no podían, pero tenían la casi certeza de que en Argentina eso no pasaría, entonces utilizaban como comparación algún lugar donde ellos pensaban que el para siempre, potencial, en futuro en este caso, tendría mas posibilidades de convertirse en un hecho.
Conscientes aunque inconscientes a su vez: esto es, lo sabían, lo tenían bien claro, pero se había convertido esta noción en algo tan cotidiano en su vida que parecían tenerlo adquirido, naturalizado, y entonces a veces ni siquiera se les cruzaba por la cabeza la posibilidad de algún otro camino que el para siempre futuro pudiese tomar, se acercaron, aquellos vecinos, asociaciones, y personas de esas que se suman a cualquier reclamo y lo hacen propio sin saber siquiera bien porque están protestando, a la inauguración del nuevo café. Se llamaba “Café del bicentenario” y prometía servir café proveniente de veinticinco localidades del mundo alrededor de los cinco continentes.
La expectativa común nucleó en ese momento tanto a las personas que se oponían al cierre de la sastrería, como a aquellas que veían con buenos ojos la renovación del barrio y pensaban que la desaparición para siempre de aquel antiguo, lúgubre y lleno de humedad comercio, si eran aprovechadas las instalaciones, podría resultar en un beneficio grande para el barrio. El tercer gran grupo que conformaba la totalidad de las personas que aquel día esperaban ansiosos algunos, tranquilos otros, fingiendo indiferencia los menos, la apertura del café estaba dado por personas que les daba lo mismo. Ellos no se preguntaban si eso era o podría ser para siempre. Tampoco se preguntaban porque había cerrado la sastrería, menos aun les inquietaba aquella reflexión que las personas “mas leídas” se hacían sobre la desaparición de los oficios. Los que les daba lo mismo, leían el diario que más tirada tenia en el país y miraban el programa con más rating de la televisión. De hecho, ciertamente no les interesaba si el café que tomarían era de Costa de Marfil, Cuba o el más barato traído del Brasil. Pero estaban ahí, algunos porque pasaban, otros porque les habían comentado, otros simplemente, porque les daba lo mismo.
La apertura del café fue con música en vivo: una pianista deleito al público con maravillosas interpretaciones que eran el complemento perfecto en la degustación de tortas, cafés y tes que el nuevo Café del Bicentenario ofrecía.
-Se centra en este momento la atención del relato en lo que sucedía, paralelamente, en tres de las veintisiete mesas que, entre interior y exterior el café contaba-.
En la mesa número cuatro, para dos personas, ubicada a una distancia media entre la puerta de acceso del Café y una de las paredes medianeras del mismo, reposada sobre la vidriera, compartían la velada una dama y un caballero que prefirieron olvidar por el momento sus reclamos en contra del cierre de la sastrería, y se decidieron a intentar disfrutar de aquellas delicias.
-llaman a esto Café del Bicentenario pero Bicentenario las pelotas, les importa un carajo la Independencia, la Nación. Gorilas. Son solo especuladores, buitres. Aquellos que están al acecho, buscando la oportunidad de comprar por migajas las propiedades de los desesperados para hacer su negocio. Claro, encontraron al viejito sastre con su local que era valioso pero húmedo, lúgubre y viejo, y como el viejito empezaba ya a temer a los asaltos, el problema de la inseguridad y todo eso que sabes, y no sabia si llegaba a fin de mes, ni siquiera si le alcanzaba para pagar el aumento del ABL, entonces venían, con dos mangos pero eso si, todo cash eh, se lo ponían encima de la mesa y el viejito, chocho, claro, aceptaba. Se retiraba, para siempre. Vendía el local, invertía en algo menos ambicioso, y a disfrutar lo que le quedaba de vida. Magnifico. Buitres. Y de seguro que este café también. Lo cosecha un pobre negro que se muere de hambre y le pagan dos mangos para que labure como un esclavo bajo el sol, si claro, total la guita la hacen los intermediarios. Bueno, me fui un poco de tema; la torta de frutillas estará muy buena, la atención será estupenda, los precios hasta son razonables, pero a mi no me sacas de la cabeza que estos turros se aprovecharon del viejito y que así nos seguimos hundiendo, nos vamos al carajo negra.
-Si, algo de eso creo que hay, es cierto. Pero como pretendes que eso no suceda, si quien manda es el mercado. Somos un país capitalista, nuestro sistema de valores materiales se basa en la propiedad privada. Claro, el asunto es que, mas allá de que el sistema de valores materiales pareciera ser cada vez mas, en este mundo tardo capitalista, el único sistema no solo vigente sino cada vez mas fuerte y afianzado, por sobre cualquier otro sistema de valores, leyendo un poco la historia no resulta tan complicado entender no solo porque el que tiene dinero, como estos del Café, hace cada día mas lo que quiere, sino también porque el viejito sastre decide vender, mas aun, porque los oficios desaparecen. Yo creo que en eso deberíamos pensar en Perón. No, no… tranquilo, no empeces. No lo digo como vos lo pensas o dirías “viva Perón, que vuelva Perón”. No, no seas anacrónico por dios. Ni ciego. Que vuelva Perón las pelotas. No necesitamos a Perón, pero si necesitamos pensar nuestro pasado y rescatar las mejores cosas de cada uno. Y si, es cierto, ahí te doy la razón: Perón en algunos aspectos fue el más grande conductor de nuestra Nación. Contingencia histórica, construcción de Poder, nazi, lo que quieras, pero si alguna vez la Argentina fue autónoma, o para ser más realistas: si alguna vez estuvimos cerca de una autonomía como Nación fue con Perón. Y nunca antes, y nunca después, la distribución de la riqueza fue tan justa. Después discutimos si lo hizo por su ambición de poder, por patriota, o porque. Pero si la Republica Federal Argentina es de todos, y en un mundo ideal, la producción del país es de todos, entonces con Perón fue cuando mas cerca estuvimos de que esa distribución sea justa. Pero me fui de mambo yo ahora. Bueno, es que, existe mejor lugar para hablar del porvenir, de lo que fuimos, lo que queremos ser, lo que nos pasa, lo que pensamos, que un buen Café?
La mesa numero once, esta con mantel, redonda, para cuatro personas, próxima al mostrador de repostería, estaba ocupada por tres mujeres que debiéramos incluirlas en el grupo de las “expectantes por el cambio”.
-Que queres que te diga, a mi la verdad es que el café este me viene bárbaro. Cada miércoles y viernes tengo una hora libre por aquí, entre que salgo de Pilates y espero a mis hijos que salgan del psicólogo. No, no es que vayan al mismo. Pero comparten el consultorio, que se yo, tema de psicólogos. La cuestión es que siempre los traía, dejaba el auto en el garaje de aquí a la vuelta, y me iba a dar una vuelta. Trataba de evitar siempre la zona de las vías, de hecho lo hacia siempre, pero no pude evitar que me asalten. Bah, asalten. En realidad me manotearon la pulsera de oro que mi marido me regalo cuando cumplimos diez años de casados. Y bueno, mas allá de que me venia bien caminar unas cuadras, para hacer algo de actividad física, desde ese entonces decidí aprovechar la hora esta para hacer compras. Entonces dejaba el auto en el shopping que esta acá a cinco cuadras y aprovechaba para comprar algo de ropa. Generalmente los miércoles la compraba, los viernes, que nos íbamos temprano al country para el fin de semana, prefería entrar en la Liberia a ver que nueva novela encontraba para llevarme. Pero siempre algo bien relajado viste, nada dramático, melancólico, triste... Algún best-seller y a otra cosa. Bueno, me fui de mambo, la cuestión es que este café me viene bárbaro, porque ahora espero acá relajada, tomo un rico te oriental, una porción de torta light, y el tiempo se me pasa. Además te digo… como cambio la cuadra, es impresionante. Ahora si que da gusto caminar por esta cuadra, lleno de luz, las plantas que pusieron, las mesas afuera… que bueno seria que pase lo mismo en mas lugares de la ciudad, me pregunto que había en este local antes de que se ponga este café. Me hace acordar mucho a uno que conocí en Fort-Lauderdale el año pasado. Ah, una consulta: como se llama este café?
Finalmente, en la mesa numero veintisiete, aquella de las que están puestas solamente para tener una mesa mas de consumo, ya que por gusto era de esas que nadie suele elegir, pegada a la puerta del baño y al acceso a la cocina, había dos amigos, aquellos de los que les daba lo mismo.
Y mas allá del esfuerzo del que esto cuenta por incluir cierto fragmento interesante, particular al menos de la conversación entre aquellos muchachos, este redactor debe disculparse por no poder incluir dialogo alguno. Pidieron lo que mas les convencía de la carta, hablaron un poco de lo que la televisión decía. No opinaron. O en realidad si. Opinaron. Dijeron lo que en la tele decían. Se apropiaban de las palabras que escuchaban. O las repetían, pero digamos apropiaban para dar cierto crédito a estos amigos que les daba lo mismo. Fútbol, peleas de famosos. Que lindo tener esos problemas, pensara alguno: claro, que lindo preocuparse por problemas que son problemas de los otros. Quién pudiera…
Y desde angustias existenciales, apasionados cruces de ideas y debates políticos por el destino de la Patria, rutinas sobrecargadas de preocupaciones materiales, y amigos que tomando una cerveza se hacen problema por los problemas inventados de otros que ni conocen, el Café del Bicentenario pronto se convirtió en aquel reducto porteño, y no solo porteño sino mas aun: democrático por excelencia, que el barrio necesitaba.
El éxito del Café del Bicentenario no radicó en su magnifica pastelería, ni en los cafés de todo el mundo, ni siquiera en la belleza de las veredas con luces y plantas, sino que la raíz de su éxito estuvo desde siempre en su esencia: el Café; barato, caro, sucio, limpio, moderno, antiguo, con vaso de soda o vaso de agua, luminoso o lúgubre, con sillas de plástico o cuero, con crónica tv o plasma con TN, en esquina o en mitad de cuadra, el Café tiene éxito porque esta bien en el fondo de la esencia de la cultura del porteño. De ese modo si, algunas personas, el que esto termina de escribir por lo menos, puede hablar aquí en términos de para siempre. El café, mientras esto sea Buenos Aires y nosotros seamos porteños, será para siempre. Y en tiempo futuro.
Pero lo que mas los fascinaba aun era pensar en el para siempre en Argentina. Difícilmente, notaban, sea el barrio que fuere, en la ciudad que fuere, en el país que fuere, en la cultura que fuere, y mas aun en estos tiempos en que vivían, podía pensarse en un para siempre a futuro. Pero más difícil lo sentían ellos en la Argentina. Claro, la sastrería se fue –conjugación del verbo en tiempo pasado regular, es decir, hecho consumado- para siempre. Y pongamos que en lugar de la sastrería ahora se instale un café. Quien dice que el café se quedara para siempre? Quizás en Estados Unidos si, aquel café podría quedarse para siempre. O quizás no, claro. Pero en Argentina era más incierto. Eso pensaban los vecinos “mas leídos”. Quizás porque no vivían en Nueva York, podían plantear semejante hipótesis de comparación. Es decir, como podrían saber ellos si un café en Nueva York podría establecerse y funcionar para siempre? Claro que no podían, pero tenían la casi certeza de que en Argentina eso no pasaría, entonces utilizaban como comparación algún lugar donde ellos pensaban que el para siempre, potencial, en futuro en este caso, tendría mas posibilidades de convertirse en un hecho.
Conscientes aunque inconscientes a su vez: esto es, lo sabían, lo tenían bien claro, pero se había convertido esta noción en algo tan cotidiano en su vida que parecían tenerlo adquirido, naturalizado, y entonces a veces ni siquiera se les cruzaba por la cabeza la posibilidad de algún otro camino que el para siempre futuro pudiese tomar, se acercaron, aquellos vecinos, asociaciones, y personas de esas que se suman a cualquier reclamo y lo hacen propio sin saber siquiera bien porque están protestando, a la inauguración del nuevo café. Se llamaba “Café del bicentenario” y prometía servir café proveniente de veinticinco localidades del mundo alrededor de los cinco continentes.
La expectativa común nucleó en ese momento tanto a las personas que se oponían al cierre de la sastrería, como a aquellas que veían con buenos ojos la renovación del barrio y pensaban que la desaparición para siempre de aquel antiguo, lúgubre y lleno de humedad comercio, si eran aprovechadas las instalaciones, podría resultar en un beneficio grande para el barrio. El tercer gran grupo que conformaba la totalidad de las personas que aquel día esperaban ansiosos algunos, tranquilos otros, fingiendo indiferencia los menos, la apertura del café estaba dado por personas que les daba lo mismo. Ellos no se preguntaban si eso era o podría ser para siempre. Tampoco se preguntaban porque había cerrado la sastrería, menos aun les inquietaba aquella reflexión que las personas “mas leídas” se hacían sobre la desaparición de los oficios. Los que les daba lo mismo, leían el diario que más tirada tenia en el país y miraban el programa con más rating de la televisión. De hecho, ciertamente no les interesaba si el café que tomarían era de Costa de Marfil, Cuba o el más barato traído del Brasil. Pero estaban ahí, algunos porque pasaban, otros porque les habían comentado, otros simplemente, porque les daba lo mismo.
La apertura del café fue con música en vivo: una pianista deleito al público con maravillosas interpretaciones que eran el complemento perfecto en la degustación de tortas, cafés y tes que el nuevo Café del Bicentenario ofrecía.
-Se centra en este momento la atención del relato en lo que sucedía, paralelamente, en tres de las veintisiete mesas que, entre interior y exterior el café contaba-.
En la mesa número cuatro, para dos personas, ubicada a una distancia media entre la puerta de acceso del Café y una de las paredes medianeras del mismo, reposada sobre la vidriera, compartían la velada una dama y un caballero que prefirieron olvidar por el momento sus reclamos en contra del cierre de la sastrería, y se decidieron a intentar disfrutar de aquellas delicias.
-llaman a esto Café del Bicentenario pero Bicentenario las pelotas, les importa un carajo la Independencia, la Nación. Gorilas. Son solo especuladores, buitres. Aquellos que están al acecho, buscando la oportunidad de comprar por migajas las propiedades de los desesperados para hacer su negocio. Claro, encontraron al viejito sastre con su local que era valioso pero húmedo, lúgubre y viejo, y como el viejito empezaba ya a temer a los asaltos, el problema de la inseguridad y todo eso que sabes, y no sabia si llegaba a fin de mes, ni siquiera si le alcanzaba para pagar el aumento del ABL, entonces venían, con dos mangos pero eso si, todo cash eh, se lo ponían encima de la mesa y el viejito, chocho, claro, aceptaba. Se retiraba, para siempre. Vendía el local, invertía en algo menos ambicioso, y a disfrutar lo que le quedaba de vida. Magnifico. Buitres. Y de seguro que este café también. Lo cosecha un pobre negro que se muere de hambre y le pagan dos mangos para que labure como un esclavo bajo el sol, si claro, total la guita la hacen los intermediarios. Bueno, me fui un poco de tema; la torta de frutillas estará muy buena, la atención será estupenda, los precios hasta son razonables, pero a mi no me sacas de la cabeza que estos turros se aprovecharon del viejito y que así nos seguimos hundiendo, nos vamos al carajo negra.
-Si, algo de eso creo que hay, es cierto. Pero como pretendes que eso no suceda, si quien manda es el mercado. Somos un país capitalista, nuestro sistema de valores materiales se basa en la propiedad privada. Claro, el asunto es que, mas allá de que el sistema de valores materiales pareciera ser cada vez mas, en este mundo tardo capitalista, el único sistema no solo vigente sino cada vez mas fuerte y afianzado, por sobre cualquier otro sistema de valores, leyendo un poco la historia no resulta tan complicado entender no solo porque el que tiene dinero, como estos del Café, hace cada día mas lo que quiere, sino también porque el viejito sastre decide vender, mas aun, porque los oficios desaparecen. Yo creo que en eso deberíamos pensar en Perón. No, no… tranquilo, no empeces. No lo digo como vos lo pensas o dirías “viva Perón, que vuelva Perón”. No, no seas anacrónico por dios. Ni ciego. Que vuelva Perón las pelotas. No necesitamos a Perón, pero si necesitamos pensar nuestro pasado y rescatar las mejores cosas de cada uno. Y si, es cierto, ahí te doy la razón: Perón en algunos aspectos fue el más grande conductor de nuestra Nación. Contingencia histórica, construcción de Poder, nazi, lo que quieras, pero si alguna vez la Argentina fue autónoma, o para ser más realistas: si alguna vez estuvimos cerca de una autonomía como Nación fue con Perón. Y nunca antes, y nunca después, la distribución de la riqueza fue tan justa. Después discutimos si lo hizo por su ambición de poder, por patriota, o porque. Pero si la Republica Federal Argentina es de todos, y en un mundo ideal, la producción del país es de todos, entonces con Perón fue cuando mas cerca estuvimos de que esa distribución sea justa. Pero me fui de mambo yo ahora. Bueno, es que, existe mejor lugar para hablar del porvenir, de lo que fuimos, lo que queremos ser, lo que nos pasa, lo que pensamos, que un buen Café?
La mesa numero once, esta con mantel, redonda, para cuatro personas, próxima al mostrador de repostería, estaba ocupada por tres mujeres que debiéramos incluirlas en el grupo de las “expectantes por el cambio”.
-Que queres que te diga, a mi la verdad es que el café este me viene bárbaro. Cada miércoles y viernes tengo una hora libre por aquí, entre que salgo de Pilates y espero a mis hijos que salgan del psicólogo. No, no es que vayan al mismo. Pero comparten el consultorio, que se yo, tema de psicólogos. La cuestión es que siempre los traía, dejaba el auto en el garaje de aquí a la vuelta, y me iba a dar una vuelta. Trataba de evitar siempre la zona de las vías, de hecho lo hacia siempre, pero no pude evitar que me asalten. Bah, asalten. En realidad me manotearon la pulsera de oro que mi marido me regalo cuando cumplimos diez años de casados. Y bueno, mas allá de que me venia bien caminar unas cuadras, para hacer algo de actividad física, desde ese entonces decidí aprovechar la hora esta para hacer compras. Entonces dejaba el auto en el shopping que esta acá a cinco cuadras y aprovechaba para comprar algo de ropa. Generalmente los miércoles la compraba, los viernes, que nos íbamos temprano al country para el fin de semana, prefería entrar en la Liberia a ver que nueva novela encontraba para llevarme. Pero siempre algo bien relajado viste, nada dramático, melancólico, triste... Algún best-seller y a otra cosa. Bueno, me fui de mambo, la cuestión es que este café me viene bárbaro, porque ahora espero acá relajada, tomo un rico te oriental, una porción de torta light, y el tiempo se me pasa. Además te digo… como cambio la cuadra, es impresionante. Ahora si que da gusto caminar por esta cuadra, lleno de luz, las plantas que pusieron, las mesas afuera… que bueno seria que pase lo mismo en mas lugares de la ciudad, me pregunto que había en este local antes de que se ponga este café. Me hace acordar mucho a uno que conocí en Fort-Lauderdale el año pasado. Ah, una consulta: como se llama este café?
Finalmente, en la mesa numero veintisiete, aquella de las que están puestas solamente para tener una mesa mas de consumo, ya que por gusto era de esas que nadie suele elegir, pegada a la puerta del baño y al acceso a la cocina, había dos amigos, aquellos de los que les daba lo mismo.
Y mas allá del esfuerzo del que esto cuenta por incluir cierto fragmento interesante, particular al menos de la conversación entre aquellos muchachos, este redactor debe disculparse por no poder incluir dialogo alguno. Pidieron lo que mas les convencía de la carta, hablaron un poco de lo que la televisión decía. No opinaron. O en realidad si. Opinaron. Dijeron lo que en la tele decían. Se apropiaban de las palabras que escuchaban. O las repetían, pero digamos apropiaban para dar cierto crédito a estos amigos que les daba lo mismo. Fútbol, peleas de famosos. Que lindo tener esos problemas, pensara alguno: claro, que lindo preocuparse por problemas que son problemas de los otros. Quién pudiera…
Y desde angustias existenciales, apasionados cruces de ideas y debates políticos por el destino de la Patria, rutinas sobrecargadas de preocupaciones materiales, y amigos que tomando una cerveza se hacen problema por los problemas inventados de otros que ni conocen, el Café del Bicentenario pronto se convirtió en aquel reducto porteño, y no solo porteño sino mas aun: democrático por excelencia, que el barrio necesitaba.
El éxito del Café del Bicentenario no radicó en su magnifica pastelería, ni en los cafés de todo el mundo, ni siquiera en la belleza de las veredas con luces y plantas, sino que la raíz de su éxito estuvo desde siempre en su esencia: el Café; barato, caro, sucio, limpio, moderno, antiguo, con vaso de soda o vaso de agua, luminoso o lúgubre, con sillas de plástico o cuero, con crónica tv o plasma con TN, en esquina o en mitad de cuadra, el Café tiene éxito porque esta bien en el fondo de la esencia de la cultura del porteño. De ese modo si, algunas personas, el que esto termina de escribir por lo menos, puede hablar aquí en términos de para siempre. El café, mientras esto sea Buenos Aires y nosotros seamos porteños, será para siempre. Y en tiempo futuro.
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